sábado

Balborraz





Me he parado a mirar una calle

que baja hasta el río, que baja o sube
según quien venga de tierra adentro o
de tierra afuera; calle con aires de mar
y rumores de oficios extinguidos:
lanero, calderero, herrero,
alfamerero, imaginero, poeta.
¿Calle platónica, ideal para “aceptar
la infinitud del instante”? –como dijo
el gran Rainer María–. En todo caso,
aquí es donde la infinitud se nos desnudó
una noche, frente a un portal en ruinas,
para mostrarnos, como quien tiembla
en sueños, toda esa abundancia del animal
herido; como quien tiembla o vela
en una pensión de la que nunca, nunca
se ha visto entrar ni salir a nadie.
Ahora esta calle, que arroja falsos relumbros
de puerto, y tiene silencios milenarios
adheridos a la piel, con sus pasos de luto
se repite en mí, con sus piedras que sangran
y sus geranios brillando aún en las ventanas,
se repite hasta olvidarse: acepta mi sombra.






jueves

Definición de intemperie

Es un olor, ante todo es un olor: a veces un perfume, otras un vaho o una niebla. Donde más intensamente se percibe es en la piel de algún animal; por ejemplo, al recostar la cabeza sobre el lomo de un caballo, respirando imaginariamente a través de sus ollares. O al abrirle la ventana al gato, cuando regresa de sus largos paseos por el campo, trayendo todo el aire de la mañana magnetizado en el pelo. Es un olor, un ¿olfatema? que procede directamente de los espíritus animales; que interpela frontalmente a nuestro mamífero, se mimetiza con él, con nosotros −que estamos documentados de antaño en él−. O bien es el aroma inconfundible de los pinos, el olor del musgo de montaña, el olor sagrado del sotobosque en el hocico de algún animal salvaje, siempre en el hocico de algún animal salvaje.  O es una palabra que pide que nos frotemos, que nos cobijemos en ella, nos desnudemos en lo misterioso, lo casi monstruoso de su sonido; una palabra que nos acaricia el rostro, como una gitana ciega −en un hipotético cuadro de Vermeer− que deletreara con las manos su propio retrato al óleo. ¿Siempre el mismo retrato, el mismo rostro? Es la distancia tónica que irrumpe en la cueva de la propia subjetividad, el espacio abierto que ventila la mente, deshacina al yo, lo apacigua y ensancha en la conciencia de su infinita pequeñez. Palabra que invoca al galgo mítico que cada hombre lleva dentro. Es un estado del lenguaje, un modo de interlocución, una manera de ir hablando, de dormir o despertar en el camino. Y como decía Deleuze refiriéndose al cine: “es el tiempo, el tiempo en persona, un pedazo de tiempo en estado puro”